JUAN ISUIZA, EL HOMBRE QUE DIO VIDA A LA MARAVILLOSA TINGANA
Juan Isuiza no puede estar quieto. Es de esos hombres hiperactivos que siempre tienen algo que hacer y tiene que hacerlo bien porque sabe que de él depende que la zona de la selva donde ha elegido vivir permanezca como hasta ahora: en armonía.
Nació en Moyobamba hace 60 años, que no aparenta, pasó parte de su vida en la ciudad pero luego se trasladó a Tingana, la reserva a donde su abuelo llegó en 1930, convirtiéndose en uno de los primeros colonos en poblar el lugar. Allí su familia se dedica a la agricultura y también, desde hace unos años, al turismo vivencial.
La Reserva Natural de Tingana se encuentra a dos horas de Moyobamba, en una ruta que incluye la carretera IIRSA Norte y el rio Mayo, hasta llegar al rio Avisado. El recorrido nos permite ver paisajes donde prima el verde de los árboles y el naranja de los reflejos que deja el sol sobre el agua. Conforme nos acercamos al albergue empezamos a percibir sonidos distintos, sonidos que nos ubican en el centro de la naturaleza: definitivamente es arribar a otra realidad.
La reserva debe su nombre a la cantidad de choloques que hay en la zona; el choloque es un tipo de árbol que tiene como fruto unas bolas negras, muy duras, no comestibles, con las que los niños juegan a “tingar” las bolitas. Es a partir de este juego, que se tomó la costumbre de llamar a la zona: Tingana.
En el 2003, Juan y su familia tenían ya establecido que se dedicarían a la agricultura, pero también sabían que, tal vez involuntariamente, eran los guardianes de este lugar de increíble belleza. Cuna de aguajales y renacales, dos especies de árboles selváticos propios de la zona, que sirven de morada para gran cantidad de especies de monos, aves e insectos de toda clase.
Cuidar este lugar era bueno, pero ¿por qué no compartirlo? ¿por qué no permitir que otras personas tengan el acceso y las facilidades para conocer toda esta belleza particular?
Comenzaron a investigar y capacitarse. Ellos no sabían cómo gestionar una empresa turística, no sabían de control de calidad, ni de visión empresarial, etc. pero debían aprender si querían atraer a muchas personas sin perjudicar el ambiente que les rodea. Además, el momento comenzó a ser ideal a partir del 2005, cuando la carretera Fernando Belaunde Terry fue concesionada, por lo que era inminente la llegada de gran cantidad de turistas procedentes de todo el norte del país, interesados en conocer la selva.
Lo primero en nacer fue la Asociación de Conservación del Aguajal Renacal (ADECAR), 7 familias unidas para desarrollar ecoturismo como una actividad de promoción de la reserva a través de la participación activa de la comunidad local. Al principio se trataba solo de paseos, para lo cual los visitantes debían llegar por la carretera hasta la Boca del rio Huascayacu, y de allí, en bote a motor una hora por el rio Mayo, y el rio Avisado, que es donde se inicia el recorrido.
Al igual que Juan, los miembros de la comunidad saben que en este punto hay que cambiar el bote a motor por una lancha de remos, para evitar el ruido que asusta a los animales del bosque.
La conservación de la reserva es la prioridad para los asociados, quienes posteriormente construyeron también unas cabañas para aquellas personas que deseen tener una aventura más allá de un simple paseo. Las cabañas han sido concebidas y construidas respetando el ecosistema que les rodea, en época de lluvias el agua del rio puede elevarse hasta 3 metros por encima de lo habitual por lo que todas las edificaciones están hechas sobre pilotes que evitan inundaciones en el área. La reserva está aislada, no hay señal de internet ni televisión, solamente hay acceso a una línea de teléfono satelital, que funciona con baterías solares. Todo esto permite que el visitante se desconecte de la vida cotidiana y disfrute de las maravillas de la naturaleza.
Juan conoce toda la zona como la palma de su mano. Lleva a sus visitantes con paciencia, hablando por medio de señas, pues sabe que al menor ruido extraño, los animales huirán y no nos permitirán verlos. Es gracias a esa paciencia que ante los ojos de su audiencia llegan monos de distinta clase, serpientes, aves e insectos de distintos tipos.
Ahora la vida de los Isuiza ha cambiado, tienen una pequeña empresa turística que manejan priorizando el cuidado del medio ambiente, sin duda un ejemplo de cómo una comunidad puede aprovechar la naturaleza, sin perjudicarla, y ver cómo la naturaleza generosa, retribuye ese cuidado mostrando toda su belleza a los visitantes.